Oficial de la Patrulla Estatal de WA detiene a un conductor en una carretera oscura bajo la lluvia, con luces policiales encendidas
Foto: Un oficial de la Patrulla Estatal de WA detiene a un conductor durante un operativo nocturno de seguridad vial - Cortesía de WSP

ANÁLISIS Y OPINIÓN

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Durante los 12 años que estuve al frente del Noticiero Univisión Seattle como Productor Ejecutivo hubo una historia que se repetía con una regularidad tan predecible como alarmante: conductores que, en fechas festivas, decidían ponerse al volante después de haber consumido bebidas alcohólicas. 


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Esta conducta retrata una de las decisiones más irresponsables —y peligrosas— que seguimos normalizando.

Un patrón que se repite año tras año

No es coincidencia que la época decembrina concentre el mayor número de accidentes, conductores en sentido contrario en autopistas y percances relacionados con el consumo de alcohol. Es como si el ambiente festivo nos empujara a bajar la guardia, nos convenciera que todos los días son viernes, que cada reunión amerita una copa, y que “no pasa nada”. 


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Programa de acceso a servicios de salud del Condado de King

A eso se suman los intercambios de regalos, los compromisos sociales y las fiestas de fin de año que muchas empresas organizan entre semana. Justo antes de Navidad y justo cuando el calendario aprieta y el juicio afloja.

Una mujer realiza una prueba ocular de sobriedad mientras un oficial sostiene una linterna en un control policial nocturno.
Foto: Un oficial guía una prueba ocular de sobriedad durante una revisión de manejo bajo los efectos del alcohol – Cortesía de WSP

El resultado es el mismo: personas que toman decisiones que no tomarían en ningún otro contexto.

Manejar después de dos, tres o más tragos.

Grave error.


El rollo con el «regaño»

A nadie le gusta que le den sermones. Lo sé bien. En el noticiero, con frecuencia asumía el papel de advertir sobre las severas consecuencias que enfrentamos los inmigrantes si somos detenidos conduciendo bajo los efectos del alcohol. 

Más que regañar, mi intención siempre fue crear conciencia; ofrecer un consejo firme y oportuno que hiciera pensar dos veces a cualquiera y dejar claro que no valía la pena correr un riesgo tan alto. 

No hablaba desde la superioridad moral. Hablaba desde la realidad. Mi objetivo no fue amonestar, sino sacudir conciencias, dejar claro que no existe justificación que valga frente a un riesgo tan alto.

Y aun así, cualquier explicación se queda corta.

José Luis González, periodista y productor de noticias, aparece en la sala de control durante una de sus presentaciones informativas en el Noticiero Univisión Seattle
José Luis González en la sala de control durante una de sus presentaciones informativas en el Noticiero Univisión Seattle / junio 2023

Un DUI no es solo una multa o una noche en la cárcel. Es enfrentarse al sistema, perder privilegios, poner en jaque la estabilidad familiar y cargar con un peso emocional que no se borra fácilmente, y que muchas veces es para siempre.


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El argumento de la “mala suerte”

Con frecuencia surge la idea de que el problema no es manejar borracho, sino que algo salga mal. Que otro conductor me choque el auto, que la policía tenga que llegar, que el oficial haga su trabajo.  Y ahí, si el agente detecta que la persona estaba bajo los efectos del alcohol, se termina la farsa.

Pero hay escenarios mucho peores.

Pienso, por ejemplo, el caso de la conductora que bebió “solo unas copas” y, cuando regresaba a casa, ya casi al llegar a su destino, un niño de 4 años salió corriendo de entre los autos para cruzar la calle. Ella no alcanzó a frenar. El niño fue atropellado y terminó en el hospital.

Ese hecho marca una línea definitiva y lo que pudo haber sido un terrible accidente —pero accidente al fin— se transformó en un problema legal grave por el estado de ebriedad de la conductora. Ahí todo cambió. 

Y quizá, si el niño hubiera cruzado unos segundos antes o un minuto después, la conductora habría llegado a casa sin consecuencias, convencida una vez más de que “no pasó nada”.

Exactamente esa lógica es la que permite que la historia se repita.

Oficiales realizan una prueba de sobriedad en carretera a un conductor, utilizando una linterna como parte del examen
Foto: Oficiales de la Patrulla Estatal de WA aplican una prueba de sobriedad a un conductor como parte de un operativo contra DUIs – Cortesía de WSP

El “hubiera” no existe. Las consecuencias sí.

Las repercusiones se extienden mucho más allá de una corte o una multa. Afectan familias, destruyen futuros y dejan cicatrices permanentes. Una reflexión mínima sobre los costos económicos, emocionales y familiares de un DUI debería bastar para no arriesgarse. Nadie en su sano juicio lo haría.

El problema es que quien lo hace, no está en su sano juicio.

Y si usted es de los que piensa: “a mí no me agarran”, recuerde: tiempo al tiempo.
José Luis González, periodista y productor de noticias aparece en un set de noticias usando traje y corbata.

¿Qué tan graves son las consecuencias de un DUI?

Las consecuencias incluyen procesos legales, costos financieros elevados, suspensión de licencia y repercusiones emocionales y familiares que pueden durar años.

¿Qué otras repercuciones podría acarrear una sentencia por manejar en estado de ebriedad?

Una condena por DUI siempre ha tenido consecuencias graves, pero en el clima político actual puede desencadenar efectos mucho más devastadores de lo que muchos anticipan.

¿Por qué aumentan los accidentes relacionados con alcohol en diciembre?

La combinación de celebraciones, reuniones sociales y una percepción de “relajación” conduce a decisiones imprudentes, como manejar después de beber, lo cual incrementa el riesgo de choques.

¿Existe algún margen seguro para manejar después de beber?

No. Cualquier cantidad de alcohol afecta la capacidad de reacción. La recomendación de seguridad pública es no conducir bajo ningún nivel de intoxicación.


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